El sello de piedra. Laura Ávila. Ilustradora: Leicia Gotlibowski. Planeta Lector. 2018. 208 páginas.
por Juan Cruz Zariello Villar
Desde la mención como Destacado de ALIJA como Mejor Novela Infantil, en 2016, con La sociedad secreta de las hermanas Matanza, hasta Los músicos del 8, en 2017, Laura Ávila nos propone una nueva visita a la historia nacional con una mirada renovadora y atractiva. El sello de piedra (2018), por supuesto, no es la excepción. Su última novela nos sumerge en un periodo tan interesante como escabroso: el rosismo. Y a esto debemos mencionar el cuidado agregado de las ilustraciones de Leicia Gotlibowski, que acompañan la historia con delicadeza y trazos finos, esfumados, como grabados, en una tonalidad que se impone: la gama del rojo… ¿punzó?
En esta novela se reúnen varios géneros narrativos: en principio, es una novela policial, pero también es una novela juvenil, con sus preocupaciones como el despertar amoroso, el cuidado familiar, etc. y es una novela histórica, de corte revisionista. Todo esto motivado por un hecho escandaloso de nuestra historia: la maquina infernal de Rosas. Aquella máquina, cargada de explosivos, cuyo autor jamás fue descubierto.
Aquí Ávila nos presenta su visión, una propuesta, que se sustenta en la investigación que iniciarán tres niños para salvar su honor familiar: Marc, un francés con sueños de litógrafo viviendo en Buenos Aires con el viejo Philipe, Rufina, planchadora, de ascendencia africana, y Lucio, un niño, sobrino de Rosas… ¿Mansilla?, cansado de la vida acomodada y sofisticada que ronda al Restaurador.
Quizás lo más interesante sea, por un lado, la manera en que todos los cabos se atan en ese dispositivo del poder que fue el Rosismo y, por el otro, que, a la par que ellos siguen las pistas, nosotros nos adentramos en el foco de la Federación, en los márgenes de la Buenos Aires del siglo XIX. Siempre vale la pena volver al rosismo, tiene como un imán propio, pero más vale la pena ver cómo tres niños, solo con su intuición y su saber infantil, intentan desentrañar uno de los grandes misterios de aquella época: explosivo que no fue.